"Todas Somos Luciérnagas"

Mis adoradas luciérnagas, hoy nuestro vuelo se vuelve solemne. Hoy bajamos la intensidad de nuestro brillo colectivo para entrar con respeto sagrado en la zona más oscura del bosque humano. Existen dolores para los que tenemos bálsamos y luego existe esto.
No hay palabra en el lenguaje de las luciérnagas —ni en el de los humanos— para describir a una madre cuya pequeña chispa no se apagó naturalmente, sino que fue arrancada de su lado. Los psicólogos lo llaman "pérdida ambigua", un intento tibio de nombrar un duelo congelado en el tiempo, una herida que no puede cerrar porque la esperanza y la desesperación danzan una tortura diaria en el centro del pecho.
Hablamos de luciérnagas que fueron engañadas. La traición tiene muchas caras: sistemas corruptos, redes oscuras que comercian con la vida, o la daga inesperada de alguien cercano. El mecanismo varía, pero el resultado es un corte violento en la línea de tiempo sagrada, ese hilo invisible y luminoso que conecta a una madre con sus pequeñas luces tiernas.
Decir que es el "peor dolor de todos" no es poesía; es una realidad fisiológica. Una madre luciérnaga a la que le arrebatan a sus crías vive en alerta permanente. Su cuerpo sigue buscando, sus alas siguen sintiendo el "peso fantasma" de aquellas chispitas que ya no cargan, pero que su alma se niega a soltar.
Durante años —a veces décadas— estas madres habitan una realidad paralela. Mientras el resto del bosque sigue su ciclo, ellas se quedan ancladas en el instante exacto de la separación. Guardan refugios que ya no sirven, imaginan vuelos de cumpleaños que no pueden celebrar y sostienen conversaciones en el silencio de la noche con seres que, tal vez no saben que ellas existen y les esperan. Es un martirio silencioso, una resistencia espiritual titánica contra el olvido.
Y a veces, el universo concede el milagro. La búsqueda incansable da frutos. Llega la señal, la prueba irrefutable. El reencuentro es inminente. El bosque entero espera un final feliz, un destello cegador de alegría pura y un "fueron felices para siempre".
Pero la realidad de la luz es infinitamente más compleja. El momento del reencuentro es, paradójicamente, cuando se materializa la magnitud de la tragedia. Porque la madre luciérnaga espera, en un rincón irracional de su ser, encontrar a las pequeñas chispas que perdió. Pero quienes cruzan el umbral son luciérnagas adultas, con otro patrón de vuelo, otra historia, quizás incluso llamando "madre" a otra luz.
Tienen tu misma frecuencia lumínica, sí, pero no tienen tus recuerdos. No conocen la vibración de tu arrullo. No recuerdan las historias mágicas que les inventabas para dormir y que, en su ausencia, seguiste contándole al vacío durante años.
Ahí estalla el segundo duelo, quizás más desgarrador que el primero: el duelo por el tiempo que fue robado.
He visto cómo este momento quiebra incluso a las luciérnagas más fuertes. Es el dolor de ver a sus pequeñas lucesitas convertidas en luces jóvenes o adultas y darte cuenta de que te perdiste todo el proceso. Te perdiste enseñarles a volar, curar sus caídas, ayudarles a vencer sus miedos a la oscuridad y sus alegrías. Te robaron la infancia de tus hijos.
Esos seres pequeños, de manitas suaves y de luz titilante que llenaban la tuya, ya no existen. Han sido reemplazados por la realidad innegable del tiempo transcurrido.
Es entonces cuando la memoria se convierte en un refugio agridulce y en una condena. El recuerdo de esos pequeñitos se vuelve solo "un eco de risitas en los oídos". Un sonido fantasma que vibra en las antenas del alma, recordándoles lo único que el engaño les permitió conservar: el breve pasado compartido.
Escribo esto para que el bosque no olvide. Para entender que este daño es irreparable, se pueden tejer nuevos vínculos; sí, se pueden conocer estas dos luces adultas por primera vez. El amor puede transformarse y encontrar su cause como los ríos de este inmenso bosque. Claro que se puede, porque su luz es la verdad y la verdad, tarde o temprano, siempre ilumina el camino de regreso a casa.
Pero la infancia perdida es una deuda que el universo no puede saldar; es un dolor que nadie nunca podrá entender; es un dolor que solo lo entienden quienes pasan por ello; es un dolor que fragmenta tu ser y ya no se puede reparar. A esas madres, luciérnagas resilientes que han sostenido su luz en la oscuridad más absoluta, les debemos más que empatía; les debemos el compromiso de luchar para que ninguna otra madre tenga que vivir alimentando su luz solo con el eco de unas risitas que se perdieron en el tiempo.
#MellSLaure #TodasSomosLuciérnagas


EL ROBO DEL TIEMPO: el eco de sus risas en mis oídos
Por: Meliza Sandoval
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